Las puertas abriéndose y cerrándose toda la noche
más nunca la que debiera ser.
...
El néctar se alza espumoso y picante hacia la nariz
y así se atrapa la abeja.
...
Los brazos se extienden para abrazar su propio costillar
y una ausencia roja relampaguea en las paredes del corazón.
...
Tus ojos están abiertos, y ¿qué?, también los del ciego,
También los del muerto.
...
Tu rostro que ya no servirá a los espejos
se vuelve cada vez más transparente; nada se esconde.
...
La casa es un desastre; los ojos un poco nauseabundos,
sin embargo el sol aún cae amorosamente sobre la alfombra.
Robert Mezey
Filadelfia, 1935
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