Nos adormecemos y no es el momento
de cerrar los párpados.
Hay que seguir despierto
hasta la alborada:
es cuestión de rodear la noche
por su lado más débil:
el de la conciencia.
Recibiremos por el triunfo
una corona de tristezas,
gemidos, agonías...
Es un simple adorno,
una condecoración inmerecida.
Los héroes regresan siempre
con una insignia de terrones y terrores
prendida en el ojal
y nosotros nos hemos metido
en el corazón de la esperanza
hecha de un cúmulo de desazones
que han de lavar la luz del alba.
Esto nos anima.
Damos, quizás, una caebzada.
Abrimos los ojos y continuamos
nuestra agreste andadura,
por no ser este el momento
de cerrar los párpados.
José Mª Amigo Zamorano
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