Cuando suenan tiros (recordáis en Aravaca que asesinaron a aquella trabajadora emigrante sin mas ni mas, ¿no? O el joven antifascista hace poco ¿no?) un estremecimiento irracional recorre las conciencias de todos nosotros como un hilo de miedo. Salimos disparados, atropelladamente, voceando a grito pelado; o haciendo la ciaboga en silencio.
Si huímos, cargamos la culpa encima cegados y aturdidos por un sinúmero de declaraciones: 'hay racismo', nos dicen y agachamos la cabeza; 'son brotes de xenofobia', aseguran y asentimos; 'es la crisis económica', 'la desorientación ante el vacío espiritual', 'la quiebra de los valores tradicionales'... Aceptamos sumisos repitiendo como un eco: 'omica', 'iritual', 'onales'...
Además, como la sociedad somos nosotros, padecemos la crisis, estamos desorientados y, al parecer, somos racistas, los asesinos, esos grupos ultras que aparecen de la noche a la mañana (más por la noche que por la mañana) son casi nuestra punta de lanza, la vanguardia vengadora de esas crisis, quiebras, desorientaciones...
En resumen: los carniceros, esos asesinos, son los valientes paladines que han transformado en hechos sangrientos lo que los demás, al parecer, deseábamos pero no teníamos lo que había que tener.
Más tarde, y ya pasado el miedo, la cagalera producida por los tiros, el cerebro se pone a funcionar friamente. Vemos la burda maniobra: el cendal que intenta tapar nuestros ojos. Es viejo como la mentira, antiguo como el mundo: se llama tergiversación, manipulación, mentira.
Es, también, la huida cuando las dificultades arrecian, las soluciones no llegan y las salidas se cierran. Panorama ante el que siempre se han montado tinglados más o menos sangrientos, quizás por aquello del poeta 'un cadáver más que importa al mundo'. O varios miles. Ejemplo más lejano: los nazis queman el Reistag para achacárselo a los comunistas. Ejemplo más cercano: Irak.
Los trabajadores, así, nos enzarzamos o enredamos en las mallas del odio al vecino: gitano, negro, comunista, rubio, emigrante, castellano, vasco o chihuahua.
Desviamos, luego, la atención del centro del problema (que es lo que quieren), del centro de la diana: bajos salarios, corrupción, precariedad, paro, explotación, camellos, chorizos... Apuntamos en otra dirección y somos, al decir del escritor Chester Himes, como 'ciegos con una pistola': los personajes negros del barrio neoyorquino de Harlem de Himes se debaten entre el misticismo, el retorno a Africa y las luchas contra los blancos; es decir: son ciegos que de ese modo, jamás, verán el sol metidos, como están, además, entre la basura, los escombros, los piojos y las ratas.
De modo que alerta nosotros, por lo menos nosotros, no nos dejemos desviar la atención de lo importante. Tenemos en España materia prima suficiente entre el centro y la periferia, si nos dejamos llevar por los de la España Una-Grande-y-Libre pepera, para convertir nuestra patria en un polvorín semejante a la ex-Yugoeslavia. A poco que nos descuidemos, dejándonos manipular, alejándonos de lo que más nos importa, podemos convertirnos en ciegos con pistolas. Lo mas tonto que ha parido madre.