Diego de Torres Villarroel: una página de ‘Vida’, ‘Trozo Cuarto’
(Una página de ‘Vida’, ‘Trozo Cuarto’, obra de Diego de Torres Villarroel, autor salmantino, clásico de las letras castellanas-, en el que narra un suceso que le ocurrió, allá por el año de 1732, cerca de Las Navas)
(Una página de ‘Vida’, ‘Trozo Cuarto’, obra de Diego de Torres Villarroel, autor salmantino, clásico de las letras castellanas-, en el que narra un suceso que le ocurrió, allá por el año de 1732, cerca de Las Navas)
CAÍDOS EN LA TRAMPA (1)
“Con la circunspección en que me metí, y con la mayor quietud a que me sujeté, empezaron a engordar mis humores, a circular la sangre con más pereza, a llenarse de conocimientos errados el estómago y a rebutirse los hipocondrías de impurezas crudas, de tristísimos humos y de negras afecciones. Subieron a ser males penosos todas estas indisposiciones desde el día veinte de enero del año de treinta y dos, que pasé a las inclementes injurias del aire y la nieve en el puerto de Guadarrama, en los montes que tiene el conde Santisteban entre Las Navas y Valdemaqueda.
Diré brevemente el suceso.
Yo perdí el camino, y, al anochecer, rogué a un pastor, que venía de una de las casas de los guardas de aquel sitio, que me pusiese en la calzada real. Recibí erradas las señas, y después de haber dejado el carril, que seguía a la distancia que el pastor me dijo, entré en otra carretera bastantemente trillada y reducida. Caminábamos sumidos en el rebozo de la capa de mí criado y yo, huyendo del azote del aire y la nieve, y a corto trecho de mí oigo un grito suyo, que dijo:
-‘Señor, que me ha tragado la tierra’.
Revolvíme con prontitud para socorrerle, y, al tomar media vuelta sobre la derecha, se hundió mi caballo con estruendo terrible y dio conmigo en tierra, lastimándome con curable estrago todo un muslo. Salí como pude, y a pesar de las oscuridades de la noche, percibí que había sacado mi caballo una pierna atravesada de unos clavos de hierro, introducidos en dos trancas horrorosas de madera, a quien llaman cepos los cazadores de los lobos. Acudí a mi criado y lo hallé tendido debajo de su animal, que estaba también cogido en otro cepo. Hice muchas diligencias para ver si podía quitarle las pesadas cormas; y, como en mi vida había visto semejante artificio, no encontré con los medio de librar de él a mis caballos. Medrosos de no cer en otras trampas, y desesperados de no poder levantar del suelo a nuestros animales, hicimos rancho, expuestos toda la larga noche a los rigores y asperezas del frío y del viento. Con los pedernales de las pistolas, pólvora y trapos de una camisa, que saqué de mi maleta, encendíamos lumbre; pero luego se nos volvía a morir con la humedad. En esta tristísima fatiga, y con el desconsuelo de no oír ni un silbo ni un cencerro ni seña alguna de estar cercanos a algún chozo, majada o alquería, nos encontró la luz de la mañana, a la que vimos el estrago y pérdida de nuestros rocinantes. Cargamos con nuestras maletas a pie, y a breve rato dimos con el lobero; sacó este los pies de los caballos de los cepos; reconocimos que el uno tenía cortados los músculos, nervios y tendones de la pierna, y que el otro solamente los tenía atravesados. Guiónos a la casa de un guarda llamado Calabrés, y en su chimenea nos reparamos del frío de la noche; nos dio para almorzar una gran taza de leche, puso para comer una estupenda olla con nabos y tocino, y, gracias a Dios, pasamos felizmente el día. Murió el un caballo, y el otro se curó con mucha dificultad en Las Navas; y en dos jacos de alquiler de este lugar proseguimos nuestra derrota hasta Ávila de los Caballeros, y en la casa del marqués de Villaviciosa acabé de convalecer de mi tormenta con sus favores, sus regalos y mi conformidad.”
(1) El título es nuestro
Página XIII de 'Fontana Sonora', suplemento de la revista 'Caminar Conociendo', nº 7 de julio de 1998
(*) Diego de Torres Villaroel:
(Salamanca, n. 1693- m. 1770) Escritor español. A los 15 años gana una beca de retórica en el Colegio Trilingüe. Luego de ordenarse subdiácono, en 1715, va a Madrid, donde vivió trabajando en los más variados oficios. En 1726 gana, por oposición, la cátedra de matemáticas de la Universidad de Salamanca, pero, metido en un proceso judicial, huye a Portugal y no regresa hasta 1734. En 1745 se mete a cura católico. Durante los últimos años de su vida fue administrador del duque de Alba. Desde 1721 publica, con el nombre de Gran Piscator Salmantino, sus augurios y predicciones.
Es autor, entre otras obras literarias, de Los desahuciados del mundo y de la gloria (1736-1737), Anatomía de lo visible e invisible en ambas esferas y Un viaje fantástico (1738), Vida natural y católica (1743) -prohibida por la Inquisición-, El ermitaño y Torres (1752).
Escribió asimismo dramas, poesías satíricas, narraciones (Sueños morales, visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo en Madrid, 1727-1751; Sacudimiento de mentecatos habidos y por haber, 1726) y, sobre todo, una autobiografía extraordinaria: Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras de don Diego Torres de Villarroel (1743-1751).
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