Paz Díez-Taboada: ‘Gaspar de la Nuit’
En el prólogo de Petits poémas en prose, confiesa Baudelaire que fue hojeando por vigésima vez Gaspard de la Nuit cuando se le ocurrió escribir algo semejante, pero centrándose en las escenas de la vida moderna y no en la nostalgia del ayer, como había hecho Aloysius Bertrand, al que llama fameux, aunque ya era rara avis para quienes como
Houssaye, él mismo y algunos amigos comunes, no fueran unos intelectuales rebeldes y exquisitos.
Aunque de padres franceses, Louis-Jacques Napoleón Bertrand, -que romanizó su nombre en Aloysius-, nació en Ceva (Piamonte) en 20 de abril de 1807 (un año antes que Espronceda, dos antes que Larra). Afincados sus padres en Dijon, capital de Borgoña y de la buena mostaza, allí vivió Bertrand su infancia, y en el periódico local, El Provincial, publicó sus primeros poemas. Pero, como tantos otros, a los 21 años marchó a París en busca de la gloria literaria, dama veleidosa cuyo rostro nunca habría de conocer. Frecuentó el sancta sanctorum del Romanticismo francés, Le Cenacle, en donde fue aceptada su poesía ingeniosa e intrascendente. Pero, cuando Bertrand fue madurando e, influido por Chateaubriand, Nodier, Hugo y otros, creó su innovadora poesía en prosa, entre costumbrista y fantástica, de gracia y sonoridad en tono menor –sin las habituales altisonancias-, se dio de bruces con la incomprensión y el desdén. Aunque colaboró con la prensa parisina, compuso ‘vaudevilles’ y Daniel, ‘drame-ballade’ que se estrenó sin pena ni gloria, Bertrand fue descendiendo hacia la miseria, de un escalón en otro, mal defendiéndose con trabajos duros y precarios, hasta que fue alcanzado por la enfermedad romántica por excelencia, la tuberculosis, que dio con su pobre cuerpo en el hospital de La Pitié y, luego, en el de Necker, en donde fue sometido a los crueles experimentos que la ciencia médica de la época aplicaba a los que no podían pagarlos, para probar así si servirían para salvar la vida de los que si pudieran. Y allí murió el 29 de abril de 1841. Con incansable tesón, Bertrand reescribía y limaba su librito una y otra vez –aún en Necker, cuando ya estaba gravemente enfermo-, convencido de que en él y con él se iniciaba una nueva prosa, un nuevo género literario; y, en efecto, está considerado como la primera manifestación de poesía en prosa de la literatura moderna. Esta voluntariosa actitud de fe en si mismo, que saltó sobre el desdén y la incomprensión de los prebostes literarios y que, incluso, fue más allá de la desgracia personal, es lo que sorprende hoy día, cuando se nos dicta que el índice de ventas, consiguientes ganancias y juicios de pontífices mediáticos son los tres puntos que determinan el plano del valor literario. Y ya lo dijo Antonio Machado: ‘Todo necio confunde valor y precio’.
En David D’Angers encontró Aloysius apoyo y comprensión en las seis últimas semanas de vida, durante las que, día tras día, el afamado escultor fue a visitarlo. David fue, pues, el depositario de Gaspard de la Nuit y quien lo remitió a Sainte-Beuve, el gran crítico literario de la época, con una carta en la que narra por menudo la muerte y el entierro del poeta. Según cuenta, mandó amortajar dignamente en cuerpo de Bertrand y le pagó un ataúd –en vez de la arpillera, en vueltos en la cual se enterraban a los que no podían pagar nada mejor-, le llevó a la desdichada madre la medalla que colgaba del cuello de Aloysius y un mechón de su cabello; en solitario asistió al funeral y lo acompañó en una mañana sombría de lluvia torrencial hasta su última morada en el cementerio de Vaugirard, donde mandó poner cruz e inscripción sobre la tumba del desdichado. Por su parte, Sainte-Beuve, que había conocido a Bertrand en Le Cenacle, leído alguno de sus poemas y apreciado su talento, respondió a los deseos del poeta y a la llamada de David, revisando el emborronado manuscrito y prologando la edición póstuma.
Gaspar de la Nuit comienzo con la narración del encuentro de Bertrand, una tarde, en un parque de Dijon, con un ‘pobre diablo, cuya apariencia exterior reflejaba miserias y sufrimientos', y que le entrega un manuscrito: Las Fantasías de Gaspar de la Nuit.
Dicho nombre firma el prefacio al que sigue un poema dedicatoria, ‘A Víctor Hugo’, fechado en París, el 30 de septiembre de 1836. Tras estos prolegómenos, se encuentran 52 poemas en prosa, agrupados en seis libros y, cada uno de ellos, precedido de una cita, por lo menos, de diversos autores –sobre todo de Hugo-, viejas crónicas, canciones populares, a refranes: moda paraliteraria típicamente romántica y que aún permanece vigente entre nosotros.
Como indica su nombre, Gaspar de la Nuit es un característico poema romántico: un canto secuenciado que se despliega hacia los cuatro puntos cardinales del Romanticismo: la evocación del ayer perdido, la soledad del yo frente al mundo, la noche y sus visiones, y la muerte. Los dos primeros libros, ‘Escuela Flamenca’ y ‘El París Antiguo’, presentan estampas o breves escenas de los viejos tiempos –algunas dialogadas y/o burlescas, como la simpática ‘La Serenata’, protagonizada por Madame Laure, su amante y su marido-, en las que se apunta una acción que no llega a desarrollarse narrativamente, que se queda en anécdota costumbrista o en fragmento de una historia fantástica y que, con frecuencia, provoca la evocación lírica y cobra especial valor simbólico. Son escenas a lo Brueghel, Teniers o Rembrand, animadas por una rica panoplia de personajes de muy variada condición y oficio; algunos con nombre propio –Micer Juan el senescal, Micer Hugues el preboste, la ‘buena señora y el noble señor de Chateauvieux’, la casquivana Madame Laure, Micer Blasius, el usurero o la bruja Maribas- y la mayoría, anónimos enamorados, caballeros, frailes, soldados de la ronda y mercenarios, bebedores, judíos, brujos, mendigos…; un teólogo, un capellán, un maestro de capilla, un bibliófilo, un alquimista, una gitana, un fanfarrón hambriento, -que tanto recuerda al escudero de nuestro Lazarillo de Tormes-; el rey y la reina, el colegial de Leyden, el cocinero, el tabernero, la criada de la hostería, el albañil, el vendedor de tulipanes, etc. También los libros IV y V, ‘Las Crónicas’ y ‘España e Italia’ están constituidos por escenas de la historia francesa o anécdotas ambientadas en dichos países y bastante tópicas, como lo anuncia la primera cita: ‘España, clásico país de embrollos, de navajazos, de serenatas y de autos de fe’.
En cambio, los libros III y VI, ‘La noche y sus encantos’ y ‘Silvas’ –de las que la última es el envío ‘Al señor Sainte-Beuve’- son declaradamente líricos: fantasías oníricas, surgidas del mundo del subconsciente, con imágenes que anuncian las de Baudelaire, Rimbaud o los poetas superrealistas –como lo reconoció en propio André Bretón; pero cuyo ambiente, entre lo legendario y lo intimista, parecen haber resonado también en los oídos de Bécquer. Y, de entre estas fantasías, son particularmente inquietantes aquellas en las que aparece el siniestro Scarbo, ‘el gnomo dueño de profusos tesoros’, que se complace en atormentar los sueños de desdoblado yo de Aloysius Bertrnad.
Paz Díez- Taboada, colaboradora habitual de la revista 'Caminar Conociendo', es profesora de literatura en la Universidad de San Carlos de Madrid. Como poetisa tiene publicados ya varios libros y cuenta con algunos premios.
ESTE ESCRITO DE PAZ DÍEZ-TABOADA PUEDE LEERSE EN LAS PÁGINAS XIV y XV DE ‘FONTANA SONORA’, SUPLEMENTO DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 7 DE JULIO DE 1998
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