viernes, 23 de febrero de 2007

RAMÓN MAYRATA: 'Comer Sol'


COMER SOL

Por Ramón Mayrata(*)


Yo me había tomado un respiro y estaba sentada en la cocina, meneando los pies hincados en el aire, un poco avergonzada porque a causa del sudor, entre los dedos asomaban borritas negras. Precisamente aquel día de tanto ajetreo había estrenado unos botines con alza. Tuve que volver a ponerme a toda prisa las medias y los botines casi no me cabían. Pero eché a andar como pude porque me fastidiaba que los demás camareros le miraran con cara de guasa sin que el pobre, tan lunático, siquiera se diera cuenta. Con las prisas se me desgarró una media y me quedé parada delante de la cortina de cuentas que separaba en comedor de la cocina, sin atreverme a salir. El restaurante estaba lleno de cazadores, manchados de barro hasta las orejas, que ya iban por las copas. Él estaba vestido de blanco de pies a cabeza y el traje y la camisa se extendían como una mano de crema sobre la piel traslúcida que parecía de fantasma o de un recién llegado a la vida.

Cuando llegué cojeando hasta la mesa y le entregué la carta me hizo un gesto para que instalara otro servicio. Un gesto que yo ya esperaba porque su rareza consistía justamente en eso, en que siempre venía solo pedía dos cubiertos y decía enrojeciendo que estaba esperando a otra persona. Aunque luego se olvidaba de lo que había dicho y se comportaba como si la otra persona realmente estuviera allí. ¿Qué va a ser? Yo esperaba mordiendo el lapicero y miraba al suelo, sin poder olvidar ni un segundo aquellos botines que me apretaban como tenazas. Alrededor las conversaciones arreciaban y el alboroto era insoportable. Entonces hizo otro gesto muy suyo. Cerró los ojos y se enterró en si mismo. Y sin embargo, no me parecía a mí que se aislara del todo, que estuviera totalmente ajeno a lo que le rodeaba. El salón del restaurante daba la impresión de aumentar de tamaño y él se volvía aún más insignificante pero continuaba allí, concentrado en medio del follón, como si estuviera empeñado en perder un gesto una palabra de la persona que le acompañaba y que, naturalmente, no estaba. Yo sentía que tras sus ojos cerrados alguien le hablaba a través de otro conducto distinto del oído, alguien a quien veía en su interior a través de unos ojos diferentes a los ojos de la cara con más claridad que si hubiera visto a alguien con la mirada volcada hacia fuera. Y yo allí, plantada delante de la mesa, como si pisara cuchillos, esperando que aquella persona que solo existía dentro de él se decidiera a hacer su pedido. ¿Qué va a ser? Pero sus ojos parecían pegados con engrudo y los cazadores gritaban y el dueño me hacía señas porque quería cerrar la cocina y yo soñaba con salir corriendo descalza y entonces sentí que me cogían de la mano y una voz suave me decía ¿Tomamos un pescado?

Contesté sin pensarlo que yo prefería el pescado a la carne, pero enseguida me desdije y le aclaré, sintiendo una angustia inexplicable que aquel era un restaurante de cazadores y solo teníamos truchas a la Navarra. No sé como nuestras caras estaban tan cerca, porque él no me presionaba con la mano. Yo me había inclinado sin darme cuenta y él había abierto los ojos. Me miraba sin verme con una emoción crudamente azul. Da lo mismo, susurró, lo importante
Le corté muy nerviosa:

-El dueño nos está mirando.


Perdone, no sé que me ha ocurrido. Sus ojos se sellaron de nuevo y el intenso azul de las pupilas se desparramó por las venitas que perforaban la piel, tan transparente, de los párpados. Yo le vía por dentro con sus ojos buscando a la otra a medida que mi delantal blanco un poco sucio se desprendía de su traje blanco, intacto, como si no hubiera pasado nada, mientras el dueño me gritaba: ¡Rosa es para hoy! Volvía a sentir que los pies me quemaban y me encorvé sobre el bloc decida a escribir en la comanda dos truchas a la Navarra y él hundía la nariz en el pequeño florero que, al igual que en todas las mesas, sostenía una rosa solitaria, sin abrir los ojos, solo una rosa respirada. ¡Vamos Rosa! Gritaba el dueño. Intentaba andar y casi no podía, y veía brillar las gotas de sudor en las frentes de los cazadores y me sobresaltaban sus risas que estallaban como petardos a mi paso y no me dejaban escuchar su voz que a mi espalda decía: Si tú quieres probaremos el pescado y alguna otra cosa que no logré entender. Así que yo pensé, mientras me agarraba para no caerme a la cortina de cuentas que separaba el comedor de las cocina, que la persona que le acompañaba aunque no tuviera figura, al igual que la rosa, era una persona a la que podía respirar, como a veces podemos percibir realmente algunos olores que solo aspiramos en los recuerdos.


El cocinero me dijo que qué hacía ahí parada, que quería acabar de una vez para echarse la siesta, al tiempo que sus manazas me arrebataban la comanda. ¡Ha pedido otra vez doble ración! ¡Qué chalao! Escuché crepitar de las truchas en la sartén y a los perros de los cazadores que se disputaban las sobras del día en el patio, a la puerta de la cocina. Una de las chicas que fregaba comentó que aquel tipo acabaría en el manicomio. ¿Verdad Rosa? Y como yo la miré enfurruñada gritó que lo que me pasaba es que estaba celosa de la mujer que no existía y las demás, entre nubes de espuma, se rieron y golpearon las ollas. ¡Ahí tienes las truchas! Recogí los dos platos y regresé como si pisara carbones encendidos. El dueño cuchicheaba con un grupo de cazadores y supuse que hablaban de él. Dejé los dos platos sobre la mesa y se podía intuir que en su interior se desarrollaba una conversación y en la ausencia de interlocutor, se percibía la presencia del amor, desprovisto de apariencias, pero con todo su sabor a placer o a dolor intacto. Era estúpido, pero sentía celos. Ni siquiera se había fijado en mis botines. En el comedor todo el mundo estaba pendiente de él. Me retiré dos pasos y esperé como una tonta a que terminara las truchas. ¿Será capaz de comerse las dos raciones?, le preguntó alguien al dueño. Siempre lo hace, contestó. Aquel dolor extremo que martirizaba mis pies me obligó a cerrar los ojos. Entonces la vi a ella, a la mujer que vivía una existencia recóndita en su mente. Yo no lograba distinguir sus facciones pero veía como sobrevivía a la muerte preservada en los sueños de aquel hombre y sabía que me miraba con espanto, como si yo fuera una intrusa a punto de rematarla. Intentaba decirle que no podía hacerla ningún daño, porque ya estaba muerta, pero me da mucha pena decirle aquella barbaridad y, además, había empezado a comprender que la ceguera voluntaria de su amante era la ceguera del amor y que en sus párpados cerrados cicatrizaban unos ojos heridos por una gran desdicha.


¡Se lo ha comido todo, como si uno fueran dos!, bromeó un cazador, rascándose la cabeza. Él tomó la rosa del jarrón como si fuera ella quien se la ofreciera y la prendió en su ojal. Desde que había abierto los ojos yo sentía que la vida se me escapaba por la mirada. Retiré a toda prisa los platos vacíos. En la cocina ya no había nadie. Todo estaba muy quieto, iluminado por el brillo de las ollas que ondulaban los anaqueles. Me libré de los botines y me eché a llorar con los codos clavados, helándose, sobre la mesa de mármol, porque sentía que dentro de mí también se refugiaba otra vida sin cuerpo y aquello me oprimía por dentro y prefería el sufrimiento de los botines. Se agitó la cortina de cuentas. Entró el dueño y me dijo que había dejado una buena propina para mí. Miré aquel dinero como si pretendiera comprar un lugar en mis sueños y eché correr descalza, atravesando el patio, seguida por la jauría de perros, para sentir cómo mis pies se desgarraban en los campos.


(*) Ramón Mayrata es escritor


ESTE RELATO DE RAMÓN MAYRATA APARECE EN LAS PÁGINAS 42-43 DEL Nº 7 DE LA REVISTA ‘Caminar Conociendo’ DE JULIO 1998



Ramón Mayrata

Poeta, ensayista y novelista nacido en Madrid en 1952. Sus poemas iniciales aparecieron en la antología Espejo del amor y de la muerte, prologada por el Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre (1971). Un año más tarde publica su primer libro de poemas: Estética de la serpiente (1972).
En los años de la fallida descolonizaciónformó parte de la Comisión hispano-saharaui de estudios históricos que defendió ante el Tribunal de La Haya la independencia del territorio. Las conclusiones de la Comisión fueron publicadas en El Sahara como unidad cultural autóctona (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1975).
Su estancia en el Sahara occidental significó el descubrimiento de una cultura singular que ha hecho posible la supervivencia en condiciones extremas. Estas hermosas y amargas experiencias fueron la materia de su primera novela: El imperio desierto (Mondadori, 1992) donde narró los últimos momentos de la malograda descolonización del Sahara Occidental y los comienzos de una larga guerra y de Relatos del Sahara (Clan, 2002). antología de textos sobre la colonización española del territorio.
Posteriormente vivió varios años en París, donde ejerció el periodismo y trabajó como traductor. Desde su regreso a España compagina la dedicación a la escritura con el trabajo en los medios de comunicación y la labor docente- Ha sido colalaborador de El Sol, El País y ABC, entre otros, y trabajado en radio (RNE) y como guionista en televisión (TVE).
Es autor de un libro de relatos, Si me escuchas esta noche (Mondadori, 1991) y , además, de El imperio desierto (Mondadori, 1992), de las novelas El sillón malva (Planeta, 1994), que es una vertiginosa panorámica de la España del fin del milenio, Alí Bey, el abasí (Planeta, 1995, 2ª Edición RBA, 2001), novela histórica basada en la vida del ilustrado español Domingo Badía, quien adoptando la personalidad de un musulmán atravesó Marruecos, Libia, Egipto, Palestina, Siria y Turquía y logró penetrar en La Meca cincuenta años antes que el coronel Burton y Miracielos (Muchnick, 2000), emocionante visión de la libertad y la desdicha, situada, en Cádiz, durante la segunda guerra mundial.
Desde su juventud siente fascinación por el mundo del ilusionismo. Durante algún tiempo dirige una editorial especializada en libros técnicos de magia. Fruto de su contacto con los ilusionistas serán Por arte de magia. Una historia del ilusionismo (1982) y La sangre del turco (1990), sobre el mundo de los autómatas y los avatares de la creación del hombre artificial * En 1993 estrena la obra teatral Vía láctea, inspirada en las comedias de magia del siglo de oro.
Así mismo prosigue la publicación de su obra poética: Sin puertas (Pre-textos, 1996), Confín de la Ciudad (1998), Nuevos poemas del confín (2002), Poemas del café Estigia (2004), Iluminar la noche (2005) y El Canto de Pierre Trouvée (2005).

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